sábado, 17 de marzo de 2012

Técnicas y temas del oficio – El narrador (2 de 4) – Parte 2 de 5


Ser Dios

El narrador omnisciente conoce todo de todos. Tanto las acciones como las opiniones y motivaciones de los personajes.
Explica directamente sin acarar quien es ni porqué está enterado. Revela incluso lo irrevelable: los pensamientos más íntimos de los personajes.
Además, juzga y supone. No hace ninguna alusión a sí mismo. No participa del mundo que describe sino que o ve desde su ángulo panorámico, como si fuera Dios, es decir, un ser privilegiado que no sólo conoce el juego, también cada carta y sabe a qué jugador le va a tocar.

         Sabe todo de todos

            Un ejemplo:
“El no la miraba de frente. Pensaba para sus adentros que un día la encontraría suplicando a sus pies. Ella imaginaba estrategias para perderlo de vista. Le temía y trataba de disimularlo”

Suele suceder que sabe más que el mismo personaje porque elige un ángulo de visión desde donde nada se le escapa.
Podemos comprobarlo cambiando el narrador protagonista de un párrafo de Ramón J. Sender:

“A mi los únicos que me interesaban (…) eran un joven matrimonio que vivían en el tercero derecha B. Él se llamaba Aurelio (…). Ella se llamaba Eva, o al menos así la llamaban y a pesar de mi intimidad con ellos nunca me molesté en averiguar si el nombre verdadero de ella era Evangelina, Evarista o Evelina.”

Empleando el narrador omnisciente sería:

“A él los únicos que le interesaban y en los que constantemente pensaba era en un joven matrimonio que vivía en el tercero derecha B. Él se llamaba Aurelio que era el nombre de su padre al que no soportaba (…). Ella se llamaba Eva, pero en su fuero íntimo deseaba llamarse María.


Peligros del narrador omnisciente

Empleando el narrador omnisciente se puede dar tanta información desde fuera que los personajes quedan casi al margen de la narración. Son los casos en los que el narrador indica, comenta, no a través de la voz del personaje, sino de su propia voz. El único que posee datos es el narrador y abusa de su poder. En estos casos, el personaje se convierte en una especie de “empleado” de la historia y no adquiere vida propia como sería lo más efectivo.
La manipulación es evidente en Doña Perfecta, la protagonista de la novela de Benito Pérez Galdós. Más que como una persona, el lector la percibe como un compendio de ideas acerca de la visión que tienen los conservadores de los republicanos del siglo XIX. Se convierte en un carácter rígido y no en una individualidad vívida.
Lo mismo ocurre en La Regenta, de Leopoldo Alas, Clarín:

“Como el pensamiento le llevaba muy lejos, el Magistral sintió una reacción en su conciencia, reacción favorable a su fama.
‘Hagámonos más justicia’, pensó sin querer, por el instinto de conservación que tiene el amos propio.
Y entonces recordó que su madre era quien le empujaba a todos aquellos actos de avaricia que ahora le sacaban los colores al rostro.

Una narración escrita no es un medio, sino un fin en sí misma


Nota personal: a mi también me da la impresión que quien ha redactado este capítulo está en contra del narrador omnisciente, je, je… lo que es curioso cuando se critica de manipulador al narrador omnisciente, y a la vez puede entenderse como manipulación en contra de este tipo de narrador los juicios y opiniones que contra él se van vertiendo en el capítulo. Llegado este punto, espero que todos estemos preparados como escritores amateurs pero como lectores expertos para “rebelarnos” contra este tipo de opiniones y decir algo así “escucho tu opinión, pero tú dame los hechos, que yo decidiré lo mejor para mi estilo ó relato”


Ventajas del narrador omnisciente

Generalmente, se elige por la sensación de distanciamiento que se produce entre el narrador y lo narrado. Al respecto, José Saramago ha dicho: “El distanciamiento que utilizo en mis novelas tiene que ver con el papel del narrador. Es omnipresente, omnisciente y habla de un tiempo que puede dislocarse. Sabe aquello que sus personajes ignoran, incluso lo que sucederá en el futuro. Entonces organiza un sistema de iluminación en todas las cosas”.
Y también ha sido elegido por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad para señalar las causas y las consecuencias de las acciones más insólitas que ejecutan los personajes, tanto las demostrables como las improbables:

“Sólo Rebeca era infeliz con la amenaza de Amaranta. Conocía el carácter de su hermana, la altivez de su espíritu, y la asustaba la virulencia de su rencor. Pasaba horas chupándose el dedo en el baño, aferrándose a un agotador esfuerzo de voluntad para no comer tierra.


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