jueves, 15 de marzo de 2012

Técnicas y temas del oficio – El narrador (2 de 4) – Parte 1 de 5


El Narrador (2 de 4)

Al escribir un relato, el capítulo de una novela o una novela entera, debemos preguntarnos: “¿Qué quiero decir?” Lo cual se conecta inevitablemente con: “Cómo lo voy a decir”. Ahí es donde entra en juego el narrador, elemento determinante que organiza la narración. Adoptando diversas perspectivas orienta al lector. Entonces, debemos elegir un punto real o imaginario desde donde enfocaremos los hechos a través del narrador, que lo contará en un tono de voz también elegido por razones de conveniencia. Del tono hablaremos más adelante, por ahora nos detendremos en las focalizaciones o lugares desde donde se enfoca. Para perfilar el narrador, conviene que nos preguntemos: ¿Qué focalizo? ¿Cómo lo focalizo?


¿Qué perspectivas puede adoptar?

En las novelas de aventura, donde el interés se centra en el misterio, el narrador no nos revela todo inmediatamente.
Según cual sea el efecto que queremos lograr, recurrimos a uno u otro, como por ejemplo, en la escena de la carroza de Madame Bovary, enteramente contada desde un punto de vista externo e inocente.
Otras veces hemos visto al protagonista actuar delante de nosotros sin que jamás se nos informe de sus pensamientos o sus sentimientos; como en las novelas de Dashiel Hammett y algunas de Hemingway, donde la discreción del narrador le deja al lector total libertad para adivinar.
Es el caso opuesto al narrador omnisciente que puede abrumarnos con su exceso de información.
Las perspectivas principales que el narrador puede adoptar son:

a) Omnisciente. Narrador que focaliza todo. Su visión es total

b) Protagonista. Narrador que focaliza lo que le concierne. Su visión es limitada.

c) Testigo. Narrador que focaliza parcialmente. Su visión es limitada.

Cada una de las perspectivas o focalizaciones mencionadas tiene sus variantes.

d) Modo cinematográfico. El narrador expresa sólo actuaciones.

e) Personajes que narran a través de los diálogos.

Si bien cada narrador elegido por el escritor ofrece ventajas y desventajas a la hora de poner en marcha un mundo no hay limitaciones para dicha elección. Conocer los riesgos de unos más que de otros no implica descartarlos. Ni aun en el caso del narrador omnisciente, contra el que se han alzado los escritores a principios del siglo XX. Fue la técnica tradicional de la novela, y especialmente en el siglo XIX, de la que se hizo uso y abuso durante mucho tiempo. Es bueno conocer, como decíamos, las causas por las que entró en crisis. Pero no para rechazarlo como norma, sino para descubrir una herramienta que en algún momento puede sernos útil.
De hecho, así lo han decidido algunos escritores contemporáneos, como García Márquez o Saramago, que han utilizado al narrador omnisciente en algunas de sus obras.


El saber del narrador

Tal como ya señalamos, cómo contar depende de cómo saber. Así se establece la relación entre el conocimiento del narrador y el de los personajes, que puede ser

Mayor: el narrador sabe más que los personajes

Igual: el narrador y los personajes saben lo mismo

Menor: el narrador sabe menos que los personajes

En el caso del narrador omnisciente, su saber es mayor. Abarca absolutamente todos os aspectos de un drama, incluso los más ínfimos e impenetrables.
Típico es el ejemplo de Balzac, que con este modo de narrar pretende ser lo más realista posible.

Variación
                                                   de
                      perspectivas


Gustave Flauvert

Retomamos los ejemplos antes citados para comprobar las perspectivas “discretas” que adoptan los narradores en algunos fragmentos de novelas clásicas.
En Madame Bovary, de Gustave Flauvert, la escena contada desde el punto de vista del testigo externo que no opina:

“Y en el puerto, entre bidones y barricas, y en las calles, al borde de las aceras, los ciudadanos abrían unos ojos como platos ante aquello tan extraordinario en provincias: un coche con las cortinillas bajadas que reaparecía continuamente, más cerrado que una tumba y bamboleándose como un navío. (…)
Después, hacia las seis, el coche se detuvo en una calleja del barrio de Beauvoisine y se apeó una mujer que marchaba con el velo caído y sin volver la cabeza.”


En El halcón maltés, de Dashiell Hammett, hay un narrador más discreto todavía. Cuenta sólo lo que ve sin opinar:

“Una voz dijo ‘gracias’ tan quedamente que sólo una perfecta articulación hizo inteligible la palabra, y una mujer joven pasó por la puerta. Avanzó despacio, como tanteando el piso, mirando a Spade con ojos de color cobalto, a la vez tímidos y penetrantes.
Era alta, cimbreña, sin un solo ángulo. Se mantenía derecha y era alta de pecho. Iba vestida en dos tonos de azul (…). A través de su sonrisa brillaba la blancura de los dientes.”




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